jueves, 13 de febrero de 2014

Mercadillo en el Museo del Ferrocarril ( Madrid )


Iniciativas de este tipo son las que necesita Madrid para cubrir las demandas de ocio de  madrileños y visitantes. Una buena idea que conjuga cultura y mercado.

No se trata en absoluto del habitual mercadillo de baratijas al que nos tiene acostumbrado el Ayuntamiento, ni de un mercado de objetos inaccesibles. Todo puede comprarse sin que por ello se resienta nuestra economía. Antiguo, nuevo, reciclado, vintage....., pero ante todo bonito y original.

Y si no, al menos se habrá pasado la mañana paseando entre joyas  del vapor y de la electricidad magnificamente conservadas y colocadas en su entorno original.

Prueba de lo acertado de la idea es la cola de gente que espera, sin prisa pero sin pausa, para acceder al recinto de la Estación de Delicias. Aunque mejor ir a primera hora para poder disfrutar más y mejor de continente y contenido. Al mediodía ya era casi imposible caminar sin tropezar y no digamos hacer una foto.

Cuantos recuerdos vinieron a mi memoria observando máquinas y vagones. Los viajes interminables de Sevilla a Madrid en el tren expreso, vestido de militar y sin poder pegar ojo en toda la noche por las continuas y  desesperantes paradas en cualquien sitio sin justificación aparente.

Y no digamos del viaje a Valladolid, pero pasando primero por todos los polvorines de la provincia de Sevilla recogiendo cajones y cajones de trilita caducada ( no ardía ni agotando el Bic ). Úna semana de viaje y turismo por vías muertas y paisajes desiertos, aparcados lejos de las poblaciones y expuestos a mil peligros y a la risa de los paisanos que nos observaban con sorpresa y estupor. Nunca supimos si aquello podría haber explotado ni si se hubiera podido reciclar de otra manera menos costosa.

Los viajes a Paris , también en el expreso y no en el de medianoche sino en el de noche entera. La llegada a la frontera de madrugada y el tiempo de espera en la estación de Hendaya para cambiar de tren por culpa del ancho de las vías. La envidia con la que mirábamos desperezarse por las ventanas a los pasajeros de los vagones de la "Companhia Internacional das Carruagens Camas" ( con ese nombre tan elitista y evocador no me extraña que se despertaran descansados ) después de una noche de incomodidades e insomnios y ellos tan frescos, dedicándonos unas miradas casi insultantes. Cuánta salud no debió costarnos conquistar Paris.




























































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